En una sociedad con índices de conectividad en constante crecimiento, resulta crucial reflexionar sobre la relevancia y el impacto de los mecanismos de conexión que estructuran nuestras interacciones como elementos fundamentales de la vida social. Bajo ese contexto, las redes sociales emergen como plataformas esenciales para la construcción de vínculos interpersonales, pero que a su vez, aparece como un soporte de colaboración en otras aristas, algunas de las cuales emergen de manera implícita.
En primera instancia, las redes sociales son utilizadas como una herramienta esencial para mantenernos informados, permitiendo un veloz acceso a información de último minuto. En contextos de crisis, como desastres naturales o movimientos sociales, estas plataformas han demostrado ser un canal efectivo para difundir noticias y gestionar acciones de gran ayuda para las personas o comunidades necesitadas en aquellos escenarios.
Pero por otro lado, estas plataformas no solo nos informan de las emergencias y de la actualidad, sino que permiten la unión en términos de conectividad, eliminando barreras geográficas que dividen a las personas de quienes solían formar parte de su cotidianeidad. De igual forma, permite crear vínculos profesionales a pesar de la distancia, logra fomentar el sentido de comunidad al reunir a personas con intereses comunes, entre otros factores beneficiosos para el bienestar común e individual.
Por esta y otras razones, desde hace al menos una década, las redes sociales se han transformado en una necesidad intangible en la era actual. Utilizandolas de buena manera, definitivamente se logran convertir en poderosas herramientas para informar, conectar y transformar la sociedad. La clave de estos mecanismos de conexión e interacción, está en encontrar un equilibrio que extraiga la mayor productividad posible a sus beneficios, mientras se logre minimizar sus riesgos.
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